miércoles, 17 de noviembre de 2010

La codificación del sinsentido

O, lo que es lo mismo, el primer juego grupal de la temporada. Nuestra versión tiralíneas juntaletras de Limerick.

El loro de mi prima tenía un conflicto que lo agobiaba de forma desesperante.
Un día, caminando por la calle, dobló cuidadosamente el mantel de la mesa de la cocina y las toallas de baño, ducha, lavabo y bidet.
¡Buenos días! Hace un tiempo de perros. Y se abalanzaron sobre él.
Se levantó y miró a través de un círculo que dibujaban su dedo índice y pulgar. Luego, dio unos pasos de breakdance.

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El hombre meticuloso adicto a la ensalada César sigue apoyado en la puerta de la casa de enfrente. Medita sobre si en realidad es esa imagen que proyecta el espejo o, por el contrario, no es nadie.
¡Bien, por fin suerte! Nadie se enterará jamás de su supuesto plan maquiavélico. Cerró la puerta tras de sí y salió a dar un paseo. Sin avisar. Sin dejar una nota. Sin saber si volvería.

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La folklórica tartamuda, dentro de una caja de camión, se imaginaba que volaba. “Creo que voy a necesitar más de esto”. En ese momento, aquella mujer tan esperada abrió la puerta y él se cayó hacia atrás, quedando tumbado boca arriba.
Es lo que tiene ser la mujer del psicoanalista.


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Un sepulturero friolero tomaba el whisky sin hielo.
Estaba dando su paseo matutino y se mordía las uñas de los pies cuando pensó que ya estaba esperando más tiempo del necesario.
“¡Exactamente!”, respondió su marido. Acabas de encontrar tú mismo la respuesta.
Y le robó.

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El portero de la oficina, moreno, con su traje rojo en Miami Beach, se tomaba una botella al fresco.
“Las líneas del suelo no hay que pisarlas porque son como barreras que te frenan”, causando un gran revuelo y expectación.
Ante esa escena, ella se agachó y le dio un apasionado beso de amor.

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Un cerdo vietnamita viejo e inquieto, tumbado en el diván de su marido se encontró 10 euros.
“Mañana robaré una manzana en el ultramarinos de Antonio”.
Como siempre, contestan a su saludo con la misma indiferencia con que llaman al ascensor. Con la pierna rota, pero sin derramar ni una lágrima.

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El cartero ganó un viaje y perdió el vuelo.
Sentado en el butacón de entrada, se muerde los labios, cruza los dedos, mira a los lados…deja pasar el tiempo.
“¿Dónde está mi amuleto?!”
Hacen un corro a su alrededor y aplauden hasta dejarse las manos rojas.
Piensa que no hay mejor lugar para tomarse un buen whisky con hielo.

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Juan era gafe. Nunca encontraba ropa de su talla, pero no se molestaba en preocuparse por ello.
Con un pie dentro y otro fuera, a la espera, busca desesperadamente. ¡Coño! Vaya lío de cordones.
Un hombre que lo ve, lo mira.
Todo el mundo acabó andando como él, sintiendo que volaban.

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Es la portera de su edificio. Preguntona y nada respondona, en la habitación del hotel, se calza unas botas de motero.
“¡Qué pena de trabajo si todos fueran como yo!”
A la gente le gustaba cómo se movía y empezó a imitarle, mojada de pies a cabeza y oliendo a pescado.

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Un repartidor de hielo que iba por la calle sin pisar las líneas del suelo, perdido entre dos mares, esperaba a que mi vecina tuviese el valor de salir a decirle cuánto lo quería.
“Ni la una ni la otra”, dice.
Un señor que caminaba delante se giró para ver lo que no había visto.
Ni ella tendrá el valor de llevarlo a cabo.


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